A mí no me gusta enamorarme, ni sentir las famosas
mariposas en el estómago, esas mariposas que en cuestión de tiempo se
convierten en bacterias infecciosas extrañas.
El discurso del amor parece salido de un libro de
medicina, tiene toda una sintomatología que lo hace limitado e insoportable.
En un extremo está la fase delirante, empezando por
las famosas "mariposas" en el estómago, la idealización del otro, la
alteración de sentidos, pues todo lo ve "bonito", se producen
taquicardias, convulsiones pélvicas (me la inventé), y que se yo…miles de
descripciones medio chistosas con palabras y planteamientos muy particulares
que atraviesan el campo del enamoramiento.
Ese espacio es casi un lugar mitificado, sagrado y limitado donde lo inverosímil se convierte en verosímil: el destino, dios, la casualidad y otros conceptos hacen parte de la composición de la escena absurda del enamorado. La idealización del otro argumentada desde la lógica de lo perfecto, del “elegido”, hace que aquello encontrado en el otro sea algo deseado, valioso, único e irrepetible, el anhelo de nuestro imaginario hecho carne y hueso ante nuestros ojos.
Ese espacio es casi un lugar mitificado, sagrado y limitado donde lo inverosímil se convierte en verosímil: el destino, dios, la casualidad y otros conceptos hacen parte de la composición de la escena absurda del enamorado. La idealización del otro argumentada desde la lógica de lo perfecto, del “elegido”, hace que aquello encontrado en el otro sea algo deseado, valioso, único e irrepetible, el anhelo de nuestro imaginario hecho carne y hueso ante nuestros ojos.
Roland Barthes en su libro: “Fragmentos de
un discurso amoroso” respecto del término “adorable” nos dice:
“Por una lógica singular, el sujeto amoroso percibe al otro como un Todo (a
semejanza del París otoñal), y, al mismo tiempo, ese Todo le parece
aportar un remanente, que él no puede expresar.
Es todo el otro quien produce en él una visión estética: el a su perfección;
se vanagloria de haberlo elegido perfecto; imagina que el otro quiere ser amado, como él mismo querría serlo, no por tal o cual de sus cualidades,
sino por todo, y este todo se lo concede
bajo la forma de una palabra vacía, puesto que
Todo no podría inventariarse sin disminuirse: en ¡Adorable!”
Pero también el discurso del amor en nuestra
cultura atraviesa otros espacios como lo es el área de la economía y realmente
es muy rentable. En varias culturas, se celebran días específicamente para los
enamorados o parejas, tenemos el día de san Valentín, el día del amor y
la amistad, etc...
Hay una inversión en todos los sentidos de la
palabra, el símbolo del corazón y el dinero culturalmente parecieran amantes
irremediables, ese es el tipo de amor monógamo real, genuino que
tiende a materializarse, capitalizarse. Aquí lo idílico del amor se
prostituye, se mercantiliza. Tiende a convertirse en una ofrenda esperada
por el ser amado que simboliza claramente un amor ausente de lo ”poético”,
simplemente es una demanda material creada por una sociedad llena de absurdos
que claramente limita las relaciones con los otros y más si hablamos de las
relaciones amorosas.
El amor institucionalizado, temido, aprendido,
mecánico publicitario.
Hemos sido educados a percibir el amor desde el
campo de lo material, el objeto de deseo es simplemente una cosa que claramente
se cosifica, necesitamos sentirnos amados, vinculados, identificados con otro
que tiende a ser una réplica de nosotros mismos pero que encarna otro
cuerpo, otro yo.
Desde la infancia estamos sumergidos en un discurso acerca de la necesidad individual, a pensar la soledad como abandono, el miedo a encontrarnos con nosotros mismos, estamos programados a percibir que lo importante es poseerlo todo, acumularlo y consumirlo, es entonces cuando pasamos del capital (del bien y el dinero) al capital del cuerpo y del amor (del otro).
Desde la infancia estamos sumergidos en un discurso acerca de la necesidad individual, a pensar la soledad como abandono, el miedo a encontrarnos con nosotros mismos, estamos programados a percibir que lo importante es poseerlo todo, acumularlo y consumirlo, es entonces cuando pasamos del capital (del bien y el dinero) al capital del cuerpo y del amor (del otro).
Lo anterior hace que la mayoría de relaciones estén
basadas en conductas narcisistas, queremos al otro porque nos vemos reflejados
en él, queremos poseerlo porque de cierta manera queremos poseernos a nosotros
mismos. El amor capitalizado que convierte al otro en una propiedad privada,
adopta forma de territorio, aparece el velo de la monogamia, el concepto de la
fidelidad. Por eso mismo el amor de pareja necesita ser institucionalizado,
tramitado, firmado y afirmado. Afirmar que el otro nos pertenece.
Por otra parte también tenemos el discurso de la
enfermedad. En la obviedad del amor, siempre existe un planteo que se ha
convertido casi como en un cliché: “El amor duele"(primero Cupido y luego
escupido). La noción de sufrimiento, esa que no viene escrita en
las tarjetas rosadas de San Valentín como contraindicaciones del amor, esa
noción que les fue rentable a los escritores de libros de autoayuda
"Olvídalo en 10 pasos", y también a los falsos brujos con sus
fórmulas baratas para hacer que el ser amado vuelva a su lugar: “con una pata
de araña, un pelo del ser amado, una vela roja y un hueso de perro, volverá en
un día” “no sufra más”.
La sintomatología del amor que se vuelve enfermedad
experimenta dolor, angustia, perdida del espacio y el tiempo, el príncipe y la
princesa se convirtieron en sapos , las mariposas en el estómago no eran más
que un ataque de amebas, taquicardia, , malestar estomacal, pareciera una
infección extraña, la cual es aterradora, una gripe que no tiene final, la
tragedia atravesando nuestros cuerpos, la muerte simbólica y a veces consumada
del imaginario de un amor ausente, que duele que se insensibiliza, un duelo
infame trágico y masoquista.
“He aquí pues al otro anulado bajo el peso
del amor: de esta anulación extraigo un provecho seguro; si una herida
accidenta me amenaza (una idea de celos, por ejemplo), la reabsorbo en la
magnificencia y la abstracción del sentimiento amoroso: me tranquilizo al
desearlo que, estando ausente, no puede ya herirme. Sin embargo al mismo tiempo
sufro al ver al otro (que amo) así disminuido, reducido y como excluido del
sentimiento que ha suscitado…se opera un brusco viraje: trato de desanularlo,
me obligo a sufrir de nuevo” - .Roland Barthes – Fragmentos de un discurso amoroso
Por eso prefiero desenamorarme del concepto
del amor, me parece que le vendría mejor la palabra “amorfo”. Amorfo
porque está completamente atravesado por multiplicidad de discursos,
mecanismos, géneros y esquemas que nos transmite nuestra propia cultura. Amorfo
porque no tiene forma, porque como decía Roland Barthes tiene mucho
de lo “incognosible” estamos aprisionados en una contradicción constante de
aquel que percibimos como conocido y la otra parte que se vuelve impenetrable,
irreductible.
Aquello que nos produce placer pero que nos perturba. Pero ¿Y si pudiésemos atravesar esa sintomatología y volverlo imperturbable, libre y sin ataduras? abarcar la belleza percibida del otro sin marchitarla y reducirla como el pensamiento occidental que todo lo disecciona y lo reduce a fragmentos, lo analiza, lo mata y lo institucionaliza.
Aquello que nos produce placer pero que nos perturba. Pero ¿Y si pudiésemos atravesar esa sintomatología y volverlo imperturbable, libre y sin ataduras? abarcar la belleza percibida del otro sin marchitarla y reducirla como el pensamiento occidental que todo lo disecciona y lo reduce a fragmentos, lo analiza, lo mata y lo institucionaliza.
Una paranoidea